CAPÍTULO 1: Una proposición interesante
Emilio arrastraba los pies por los adoquines de la plaza Palacios dosificando las escasas fuerzas que le quedaban después de haber dormido dos horas, la gabardina arrugada le delataba: había vuelto a acostarse vestido. Sus ojos, enrojecidos tras las gafas de sol, agradecían la mortecina luz de esa mañana de invierno; en su mente esperaba que las nubes negras y panzudas que cubrían el cielo empezaran a descargar, de un momento a otro, las desgarradas notas de un viejo saxofón.
- Joder qué pedazo de resaca tengo - pensó - Voy a tener que dejar de darle al burbon con cerveza.
Al volver la esquina de Álvaro de Bazán, el olor de los contenedores de basura del supermercado mandó disparado su estomago hacia la garganta. No había peligro, lo traía vaciado de casa. Encendió un pitillo para atenuar el sabor acre que notaba en la boca y la música de su cabeza se cargó un poco más de bombo. ¿Quedaban aspirinas en la oficina?
En la puerta del minúsculo local que tenía alquilado estaba esperando una mujer joven, morena, bajita hasta con tacones y bien vestida. Le sonrió al verlo aproximarse, era una bonita sonrisa para un día tan feo. Algo es algo.
- ¿Eres Emilio Gutiérrez, el detective? - Preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
- Lo que queda de él - Respondió Emilio, en una bocanada de humo. Arremangó los faldones de su gabardina y empezó a rebuscar en los bolsillos del pantalón intentando separar las llaves de un montón de monedas.
El interior del local era austero tirando a miserable, una vieja mesa de madera, un archivador desvencijado y dos sillas con mucha experiencia a ambos lados de la mesa. El tintinear de la luz fluorescente le disuadió, por el momento, de prescindir de las gafas de sol. Se sentó y, con un gesto, invitó a la mujer a hacer lo propio.
- Tú dirás - Alcanzó a decir Emilio guiñando los ojos, ya desprotegidos.
- Mi nombre es “S”, trabajé varios años para un empresario triunfador que ahora tiene problemas, ya sabes, la vida igual te sube que te baja.
- A veces sólo te baja - Interrumpió él mientras mascaba, a pelo, una aspirina que había sacado del cajón.
- El caso es que yo desempeñaba un puesto de responsabilidad y, cuando me despidió, pactamos mi salida mediante un compromiso, por escrito, de confidencialidad, a cambio de una jugosa compensación económica.
- ¿Y cuál es el problema? - La vista de Emilio, ya acostumbrada a la luz, analizaba a la pequeña mujer, más atractiva que la media y menos de lo que ella se pensaba.
- Me temo - “S” hizo una pausa y tomó aire con fuerza. – Me temo que, cualquier día, la policía va a llevarse todos los archivos y con ellos, el documento que firmé, lo que me dejaría en una situación muy comprometida,, ya sabes... Si tienes conocimiento de la comisión de un delito, tienes obligación de ponerlo en conocimiento de las autoridades, si no, serás acusado de complicidad...
- Vale, esa me la sé. Y yo, ¿Qué pinto en todo esto?
- Necesito que entres en las dependencias de la empresa y me devuelvas el compromiso que me obligó a adquirir.
- A cambio de mucha pasta...
- De la que tú te vas a llevar una parte...
Emilio se recostó en el respaldo de la silla y el guruño que formaba la gabardina se le encajó entre los riñones.
- ¿De quién se trata? - Preguntó Emilio convencido por la contundencia de los argumentos de “S”.
Ella le mostró una fotografía de un periódico y le miró a los ojos - Ya os conocéis ¿verdad?
Emilio no necesitó mirar la foto dos veces, conocía de sobra al misterioso empresario, ya había hecho algunos trabajitos para él. Lo último, buscar los trapos sucios de un concejal al que quería tener cogido por las pelotas, por si venían mal dadas. El encargo de “S” no iba a presentar dificultades, las oficinas de la empresa estaban desprotegidas, sin un mal vigilante por las noches, nada comparable al fortín que eran cuando trabajó para ellos. Dinero fácil, pensó.
- Voy a darme una vueltecita, a ver como está el patio. Va a ser difícil - Mintió Emilio. – Dame un número de teléfono y te cuento como va el asunto.
- Toma, mi tarjeta. No la lleves encima, si te pillan no te conozco de nada.
- No te preocupes.
Emilio, cortésmente, acompañó a “S” los dos metros que la separaban de la puerta mientras hacía el cálculo del número de burbon con cerveza que se tomaría para celebrarlo.
(Continuará)
Emilio arrastraba los pies por los adoquines de la plaza Palacios dosificando las escasas fuerzas que le quedaban después de haber dormido dos horas, la gabardina arrugada le delataba: había vuelto a acostarse vestido. Sus ojos, enrojecidos tras las gafas de sol, agradecían la mortecina luz de esa mañana de invierno; en su mente esperaba que las nubes negras y panzudas que cubrían el cielo empezaran a descargar, de un momento a otro, las desgarradas notas de un viejo saxofón.
- Joder qué pedazo de resaca tengo - pensó - Voy a tener que dejar de darle al burbon con cerveza.
Al volver la esquina de Álvaro de Bazán, el olor de los contenedores de basura del supermercado mandó disparado su estomago hacia la garganta. No había peligro, lo traía vaciado de casa. Encendió un pitillo para atenuar el sabor acre que notaba en la boca y la música de su cabeza se cargó un poco más de bombo. ¿Quedaban aspirinas en la oficina?
En la puerta del minúsculo local que tenía alquilado estaba esperando una mujer joven, morena, bajita hasta con tacones y bien vestida. Le sonrió al verlo aproximarse, era una bonita sonrisa para un día tan feo. Algo es algo.
- ¿Eres Emilio Gutiérrez, el detective? - Preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
- Lo que queda de él - Respondió Emilio, en una bocanada de humo. Arremangó los faldones de su gabardina y empezó a rebuscar en los bolsillos del pantalón intentando separar las llaves de un montón de monedas.
El interior del local era austero tirando a miserable, una vieja mesa de madera, un archivador desvencijado y dos sillas con mucha experiencia a ambos lados de la mesa. El tintinear de la luz fluorescente le disuadió, por el momento, de prescindir de las gafas de sol. Se sentó y, con un gesto, invitó a la mujer a hacer lo propio.
- Tú dirás - Alcanzó a decir Emilio guiñando los ojos, ya desprotegidos.
- Mi nombre es “S”, trabajé varios años para un empresario triunfador que ahora tiene problemas, ya sabes, la vida igual te sube que te baja.
- A veces sólo te baja - Interrumpió él mientras mascaba, a pelo, una aspirina que había sacado del cajón.
- El caso es que yo desempeñaba un puesto de responsabilidad y, cuando me despidió, pactamos mi salida mediante un compromiso, por escrito, de confidencialidad, a cambio de una jugosa compensación económica.
- ¿Y cuál es el problema? - La vista de Emilio, ya acostumbrada a la luz, analizaba a la pequeña mujer, más atractiva que la media y menos de lo que ella se pensaba.
- Me temo - “S” hizo una pausa y tomó aire con fuerza. – Me temo que, cualquier día, la policía va a llevarse todos los archivos y con ellos, el documento que firmé, lo que me dejaría en una situación muy comprometida,, ya sabes... Si tienes conocimiento de la comisión de un delito, tienes obligación de ponerlo en conocimiento de las autoridades, si no, serás acusado de complicidad...
- Vale, esa me la sé. Y yo, ¿Qué pinto en todo esto?
- Necesito que entres en las dependencias de la empresa y me devuelvas el compromiso que me obligó a adquirir.
- A cambio de mucha pasta...
- De la que tú te vas a llevar una parte...
Emilio se recostó en el respaldo de la silla y el guruño que formaba la gabardina se le encajó entre los riñones.
- ¿De quién se trata? - Preguntó Emilio convencido por la contundencia de los argumentos de “S”.
Ella le mostró una fotografía de un periódico y le miró a los ojos - Ya os conocéis ¿verdad?
Emilio no necesitó mirar la foto dos veces, conocía de sobra al misterioso empresario, ya había hecho algunos trabajitos para él. Lo último, buscar los trapos sucios de un concejal al que quería tener cogido por las pelotas, por si venían mal dadas. El encargo de “S” no iba a presentar dificultades, las oficinas de la empresa estaban desprotegidas, sin un mal vigilante por las noches, nada comparable al fortín que eran cuando trabajó para ellos. Dinero fácil, pensó.
- Voy a darme una vueltecita, a ver como está el patio. Va a ser difícil - Mintió Emilio. – Dame un número de teléfono y te cuento como va el asunto.
- Toma, mi tarjeta. No la lleves encima, si te pillan no te conozco de nada.
- No te preocupes.
Emilio, cortésmente, acompañó a “S” los dos metros que la separaban de la puerta mientras hacía el cálculo del número de burbon con cerveza que se tomaría para celebrarlo.
(Continuará)
3 comentarios:
Doctor De Luna, interesante novela negro con un gran toque de realismo. Hasta "S" me resulta conocida. Estoy deseando leer el resto, espero que no te retrases mucho.
grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr, intrigas policiacas en Getafe, cuna de los timadores en España. ¿quien sera ese empresario con foto en los periodicos? te va a salir un novelón con ese argumento. felicidades por el comienzo
Me suena el argumento. PeGreSiento que los derroteros serán interesantes.
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