miércoles, 10 de diciembre de 2008

CARTA A LOS REYES MAGOS (1ª parte)


Queridos Reyes Magos o Papá Noel o Santa Klaus o quien coño sea:

Decir que este año he sido bueno se queda corto, muy corto; es más, de puro bueno creo que he sido gilipollas.

Empecé el año mal (va a ser cierto eso de la maldición de los bisiestos). Precisamente el Día de Reyes, como es costumbre, desayuné en casa con mi familia el tradicional roscón, con tan mala suerte que la sorpresa que contenía (un gallo cerámico primorosamente trabajado por su creador, con su pico, su cresta, sus patas, sus espolones, su colorista plumaje en la cola y demás formas plagadas de aristas) fue engullida por mí con bastante ímpetu y con tal puntería que noté con alarma como se me saltaba violentamente un empaste. Presa del sobresalto me atraganté y, al intentar despejar mis vías respiratorias para coger aire, el gallo, sus múltiples aristas y los restos de roscón mezclados con café discurrieron, esófago abajo, sin posibilidad de vuelta atrás.

Respecto a la digestión no cabe mencionar ningún aspecto reseñable en su primer tramo sin embargo, la parte final ya fue otra cosa: Soporté pinchazos sin cuento durante unas horas que me parecieron meses, hasta tal punto que mis intestinos acabaron pareciendo un acerico ¡Y todavía faltaba la culminación del proceso...!

Llegado el momento, a la vez temido y deseado, lo intenté, juro que lo intenté de todos los modos posibles e imposibles, naturales o artificiales, espontáneos o inducidos y, ya envuelto en gritos de dolor insoportable, no me quedó otra opción que acudir a Urgencias. Allí se me alivió mediante una epidural y un sabio trabajo facultativo que nunca agradeceré bastante aunque, sinceramente, hubiera preferido una anestesia general que me habría evitado escuchar los poco sutiles comentarios de los presentes en el quirófano y de todos los que acudían presos de la curiosidad.

Tras una semana de convalecencia con baja médica, la reincorporación a mi puesto de trabajo en la fábrica no fue mucho mejor; sólo comentar que, durante el turno de mañana, hubo que parar tres veces la cadena de producción ante la imposibilidad manifiesta de mis compañeros por cumplir con sus tareas, afectados por los estertores propios de la risa compulsiva. ¡Qué panda de hijos de puta!

Pasaron unos meses sin más novedad de la continuada ingesta de dieta blanda hasta que llegaron las Fiestas de Getafe, el momento elegido por mí (y por mi médico, no sin algún consejo jocoso relativo a la deglución de piezas cerámicas) para volver a la normalidad y resarcirme.

Craso error. Dejándome llevar por el alegre bullicio, el generoso trasiego de alcohol, después de cinco meses de sequía y, por qué no decirlo, el ambiente de cachondeo que reinaba en la Plaza del Canto Redondo; observé en la acera, huérfano de toda atención, un balón de Nivea que estaba pidiendo a gritos que alguien le diera una patada furiosa y contundente y... quise hacer una gracia. Durante la vivaracha carrerilla hacia mi objetivo, un grupo de jóvenes intentó disuadirme pero no me amilané y cargué todo el peso de mi cuerpo en la patada.

Decir que se me saltaron las lágrimas al instante sería injusto por escaso, decir que la reverberación del golpe me llegó hasta la nuca sería injusto por pobre, decir que me desmayé del dolor sería injusto por optimista y decir que, en Urgencias, en el mismo maldito quirófano, se reunió más gente en esta ocasión para observar como, mediante una palanqueta quirúrgica, me desincrustaban tarso, metatarso, dedos, tendones y músculos del maleolo y procedían a reconstruirme el pie en una operación que duró catorce horas, sólo sería una pálida constatación de los hechos.

Resulta que, los jóvenes que intentaron pararme, se habían estado entreteniendo en pintar de azul una de las pesadas bolas macizas de granito que hacen el papel de toscos bolardos en algunas aceras de nuestra ciudad. ¡Qué panda de hijos de puta!

Continuará...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joder Patxi, no me digas que fuiste tu el que me templó el balón a media altura, para que entrara en plancha y colocarlo de cabeza en la misma escuadra del portalón del Canto. Pena que te tuvieras que perder la celebración del tanto.

Los jodios segun dice mi padre, son los que tenían correilla.